jueves, 19 de febrero de 2009

La red secreta de los langostinos sufrientes

O cómo aprendí a reírme del calentamiento global y las catástrofes químico-bacteriológicas
I

Los días de verano interminables. De pronto, uno de ellos -y luego otro y otro, salir con papá al campo. Manejar sin rumbo fijo por los caminos secos, buscar un huizache aunque sea, para comer cerca de su sombra miserable. Salir de los días y días que se acumulan. Si se puede, que mamá se quede en la casa. Si no, que se quede en el asiento del copiloto, con una camiseta amarrada en las sienes.

Cantar estupideces en fila india. Tirarse por los cerros, sin importar nada, para conquistar el trofeo de los moretones y cortadas y sobreponerlo al otro trofeo, más prestigioso pero menos divertido, de los golpes y cintarazos.

Hacer playa en un arenal desierto. Selva en los lirios que son plaga. Paraje extinto al run run de máquinas hidráulicas puestas ahí allá ahora entonces por el gobierno, gracias al señor Presidente de la República, ciudadano Gustavo Díaz Ordaz, el 23 de noviembre de 1967.

Y luego otro día y otro día y otro día, para extinguir todas las piedras planas de las orillas de la tierra y hacer patitos en la superficie del agua.

II

Los langostinos sufren porque papá remonta la corriente, nos deja, desarrapado pelotón de güercos chingados, apostados a lo largo del río.

No le diga a nadie, inge, y si le dice dígale que no le diga a nadie, porque luego todos van a querer y entre muchos sí nos los acabamos. Es bromox veterinario, se usa para matar garrapatas, pero un chorrito en la parte alta del río y los langostinos que viven de la cortina de la presa pabajo se salen.

En las botas plásticas de papá, meto los pies en lo bajito del río. Los langostinos son camarones de agua dulce. Y sí salen, un ratito nada más, de sus cuevas líquidas. Saltan de su cama de algas bajo los sabinos y se mueven lento hacia la orilla. Salen de su sueño de lama como despertados por una pesadilla. Será la pesadilla del aire.

Les pica en los ojos y por eso salen, nomás un ratito hasta que se les pasa, luego se meten otra vez a lo hondo. Por eso hay que estar alerta, agarrarlos rápido, por atrás porque si no te agarran con sus pinzas. Salen de los chiquitos color café y de los grandotes de colores; es que el gobierno sembró de dos especies. Pero las dos se comen y aunque los grandotes tienen más carne los chiquitos saben menos a tierra.

Pero los camarones no duermen, según dice el refrán. O quizá sí, quizá dormir en el mundo langostino no es un verbo ni es descansar sino un medio de transporte.

La parte más fácil es esperar a que los crustáceos, verdad, salgan. Por eso hay que dejar que lo hagan los niños, así luego también ellos se divierten.

Y yo y yo nosotros, los hijos, los hermanos, los huercos chingados, el pelotón desarrapado, esperando vencer el miedo al monstruo de tenazas verde azul escarabajo, a veces con pelos en las patas. Pero no. Ante todo, el valor de ser niño, y decir que no me duele, que no me da miedo. Los niños que cazan mientras crecen. Yo, nosotros, los niños salvajes, buenos salvajes.

Seguro lo único que hace es irritarles los ojos, inge. Comoquiera luego hay que lavarlos bien, por precaución.

Y yo, ahí, entonces. Latente o ya toda yo en un cuerpo de niña marimacho. Me meto en la corriente chiquita que va puliendo los guijarros. Ahí aparecerá uno de pronto. Casi lo puedo ver tallándose los ojitos negros con sus tenazas hirientes, rellenas de carne.

Exactamente como le dije. Se sube usted a la corriente y echa un chorrito. Luego hay que esperar unos diez minutos.

Yo, nosotros. El bromox que viaja por el río y conoce otras corrientes. Que pasa orillas desiertas en silencio. En un viaje hacia el mar sin niños cazadores.